¿Por qué cuando pensamos en el éxito nos olvidamos de la empatía y la unión?, ¿Por qué todos tendemos desde el principio de los tiempos a preservar un ambiente tenso, incómodo, propiciado por una actitud beligerante cuando nos encontramos con aquellos seres vivos tan parecidos a nosotros mismos?, ¿a pesar del paso de los años realmente estamos convencidos de que éste es el camino más útil para alcanzar nuestros objetivos? Nos surgen muchas preguntas al respecto, por eso me gustaría aprovechar este artículo para hacer una reflexión y darle un sentido lógico a esto que nos sucede. Voy a ello.
Muchos habréis oído o leído que todos los seres vivos estamos programados genéticamente para competir, los animales de la misma familia luchan por diferenciarse del grupo de referencia, las jirafas de cuello largo son las que consiguieron continuar la especie, las plantas más fuertes intentan ocupar más espacio, conseguir más luz, más hidratación, etc., dejando atrás las que no crecen al mismo ritmo, las más pequeñas, la que requieren de más cuidados. Luego estamos los humanos, que aunque nos distinguimos de los demás seres vivos por nuestra capacidad de razonar, no dejamos de lado el compararnos con aquellas personas que pueden tener algo en común con nosotros mismos.
Está claro por qué ocurre esto, aquellos que luchaban lo hacían para sobrevivir, desde la prehistoria todos buscamos tener nuestras necesidades cubiertas, como nos explica Abraham Maslow a través de su famosa pirámide. En la base de la misma él refleja nuestras necesidades básicas, éstas tienen que ver con las funciones fisiológicas para mantener la homeostasis, respirar, hidratarse, alimentarse, descansar…, la competitividad en los seres humanos está relacionada con algo más que esto, se asocia al resto de niveles de la jerarquía, como disponer de una serie de recursos (hogar, dinero, transporte, etc.), las necesidades sociales, de estima o reconocimiento y las de autorrealización.
Resulta curioso que aunque hayamos evolucionado con el pasado del tiempo, todas estas necesidades siguen siendo importantes para poder estar vivos y para sentirnos a gusto con nosotros mismos, aunque no todas las personas necesiten llegar a la cúspide de la pirámide, ahora bien, que nuestros objetivos vitales sigan siendo los mismos de siempre y no hayan variado, no significa que los medios para conseguirlos tengan que mantenerse intactos.
Algunos casos reales sobre competitividad
En los niños apreciamos la competitividad por ejemplo en su comportamiento mientras juegan, el que tenga más juguetes o gane al pilla- pilla suele manifestarlo para que a los demás les quede bien claro quién es la persona más válida, más afortunada, más hábil y un largo etcétera de cualidades. Ahora pienso yo, ¿es realmente necesario que las cualidades de una persona se conozcan derrotando a otras?
Formulémonos una pregunta similar pensando en una situación diferente ¿Para ascender en el trabajo uno tiene que centrarse en hacer las cosas mejor que los demás o nos vale con hacer las cosas lo mejor que sabemos? muchas personas responderán con una frase de tipo “lamentablemente si, se trata de ser mejor que el de al lado o te pisan”, no estoy muy de acuerdo con esta teoría, ya que si realmente mostramos lo mejor de nosotros mismos, si nos esforzamos en hacer las cosas lo mejor que sabemos, dando nuestro cien por cien, toda la energía estará destinada en ese trabajo, por tanto, eso repercutirá positivamente en nuestro bienestar personal y en los resultados del mismo.
Por el contrario, si la mitad de nuestra energía se desvía en atender a las funciones de nuestro compañero, entonces la idea no será realmente nuestra, nos dedicaremos a ser “copias de”, nuestra capacidad creativa se verá reducida, viviremos con el estrés de resaltar, nos veremos limitados por el miedo a la valoración que tengan de nosotros mismos y esta actitud poco natural repercutirá no solo en los resultados del trabajo sino en nuestra calidad de vida.
Les invito a que se planteen una situación muy común ¿Cómo solemos reaccionar cuando nos enteramos de que alguna persona que se dedica a lo mismo que nosotros va a empezar a trabajar en el mismo lugar de nuestra empresa o muy cerca? la primera respuesta que se produce en nuestro organismo es la ansiedad, el miedo, sentimos una emoción desagradable, nos alarmamos, porque microsegundos antes de sentirnos así ha pasado por nuestra cabeza pensamientos de tipo “me van a quitar a mis clientes”, “mi empresa se va a ver desfavorecida”, “esa persona podría haberse ido a trabajar a otro lugar”, etc. Parece ser que nuestro instinto animal se apodera de nosotros en ese momento.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si tratáramos de ver la otra cara de la moneda?, quizás podríamos empezar a interpretar lo sucedido de otra manera que nos sirviera un poco más y que no nos produjera tanto malestar, la información nos da poder, nos enriquece profesionalmente, por tanto, puedo ver este hecho como una oportunidad que me brinda la vida para aprender de otra persona que todos los días se dedica a hacer lo mismo que yo, compartir las experiencias laborales diarias con otros compañeros nos ayuda a mejorar, a crecer. Conocer otras perspectivas de trabajo, estar informados sobre los puntos fuertes y débiles del sector a manos de una persona que lo experimenta como yo, en sus propias carnes, solo nos hace más ricos.
Pero entonces… ¿Ser competitivo es bueno o malo?
Como pueden comprobar, vivimos en una sociedad en la que la competitividad puede observarse en diferentes ambientes o situaciones, a nivel social o laboral, en niños o adultos, pero no siempre este concepto va seguido de una connotación negativa, también puede entenderse como un aspecto positivo de la personalidad, ya que en ocasiones, ser competitivo con uno mismo tiene que ver con el deseo de superación, es una característica de la personalidad que nos ayuda a sacar nuestro máximo rendimiento y a estar siempre activos para aceptar cualquier desafío, lo que está relacionado con el crecimiento o progreso del individuo, con el desarrollo personal o profesional.
Como se ha comentado con anterioridad, el problema está cuando competimos no con intención de hacer las cosas bien, sino mejor que los demás, cuando desatendemos nuestro bienestar y centramos la atención sobre todo en la actividad de los demás. Lo que sucede es que desaprovechamos nuestras capacidades y creamos una actitud de guerra, de no colaboración con el entorno, que puede causarnos sentimientos desagradables como la impotencia, celos y en algunos momentos la ira. Para entender esta idea tan solo pensemos en un grupo de personas que se encuentra en un ambiente frío y tenso caracterizado por continuos enfrentamientos en lugar de un ambiente calmado y participativo en el que se intente promover el bienestar de todos los miembros del grupo, la competitividad en este caso influye negativamente en la adaptación social y consecución de metas.
Lo recomendable para lograr una competitividad sana es que nos centremos en trabajar con nosotros mismos, que se trate de una lucha individual que nos permita conseguir la mejor versión nuestra persona, sin recurrir a las comparaciones, sin tratar de ser “mejores que”, de esta forma contaremos con mayor capacidad de introspección para detectar cuáles son nuestras debilidades y obstáculos para así tratar de vencerlos, tendremos más posibilidades de conseguir una vida más plena y sentirnos más satisfechos.
Dejemos de considerar a los demás como los responsables de nuestros errores, este hecho nos impide avanzar. Quién forma parte de su espejo no puede ser el enemigo, evitemos pelearnos con nuestra sombra, no nos esforcemos en espantar a nuestro mayor aliado, la unión es el mayor poder que tenemos.
Opiniones de clientes
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Magnifico artículo. Muy buenos puntos de vista .
Excelente artículo.
Muchas gracias Isabel. Encantada de que te haya gustado