
El consumo frecuente de drogas altera los niveles de segregación de sustancias naturales del cerebro que regulan nuestro estado anímico.
Cuando probamos un plato de comida deliciosa o realizamos una actividad divertida, se pone en marcha el circuito de recompensa del cerebro segregando dosis de dopamina en el nucleo accumbens, un neurotransmisor relacionado con la sensación de placer y felicidad, por eso, en muchas ocasiones nos apetecería seguir comiendo más dulces o seguir disfrutando de una fiesta durante más tiempo.
Algo parecido, aunque mucho más intenso, sucede cuando se consume una droga, la sensación de placer es tan fuerte, que el organismo desea repetir ese estado de satisfacción una y otra vez, hasta el punto que a muchas personas les resulta dificil poder controlar la frecuencia del consumo de sustancias estupefacientes.
En un principio, las personas que empiezan a consumir drogas tienen como único propósito sentir su efecto hedónico, pero con el paso del tiempo, si el consumo es frecuente, la persona adicta al estar habituada a encontrarse con niveles altos de dopamina en su organismo, necesitaría aumentar progresivamente las dosis de la droga para conseguir el mismo efecto de satisfacción que sentía al principio.

Tal es así, que el consumo repetitivo de la sustancia estupefaciente llega a convertirse en una necesidad para que la persona adicta pueda desenvolverse en su día a día, pues acabará experimentando una sensación de anhedonia al realizar otras actividades que anteriormente le resultaban placenteras, que lo único que le ayudará a alcanzar el estado de bienestar será la droga.
El consumo de sustancias estupefacientes de ser una actividad placentera pasa a ser una actividad de necesidad vital.
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